El mismo temor que le tenían al mar los hacía darse cuenta de que sólo Dios con su poder podía dominar el ímpetu del océano.
+ Gustavo Rodríguez Vega, Arzobispo de Yucatán
La primera lectura, tomada del Libro de Job, nos da cuenta del poder del Dios creador que domina sobre las aguas del mar. La experiencia de los marinos que naufragaban en el océano sea que muriesen, sea que sobrevivieran, traía a todos un gran respeto por el mar. El mismo temor que le tenían al mar los hacía darse cuenta de que sólo Dios con su poder podía dominar el ímpetu del océano.
Esta fue la conclusión de los profetas en Israel, porque en otros pueblos corrían historias sobre diversas fuerzas divinas en el mar. Job recibe la revelación de Dios que le dice: “Yo le puse límites al mar, cuando salía impetuoso del seno materno… yo le impuse límites con puertas y cerrojos y le dije: ‘Hasta aquí llegarás, no más allá. Aquí se romperá la arrogancia de tus olas’” (Jb 38, 10-11).
El Salmo 106 también nos habla del poder del Señor Dios en relación al mar, por las experiencias de tormentas que llevaban a los marinos a acudir al Señor en la oración. Dice el salmo: “Clamaron al Señor en tal apuro y él los libró de sus congojas. Cambió la tempestad en suave brisa y apaciguó las olas. Se alegraron al ver la mar tranquila y el Señor los llevó al puerto anhelado”. Los pescadores en Yucatán, que son muchos, así como todos los marinos, seguramente han aprendido a orar en sus experiencias de dificultad.
Son muchos los peligros que afrontan nuestros pescadores cada vez que se adentran en el mar. Muchos son los que se han perdido para siempre. Una gran cantidad de buzos han sufrido descompresión y han fallecido. Pero todos ellos se enfrentan con las reglas del mercado y muchas veces su trabajo tan intenso y cansado de varios días se traduce en muy poca o nula ganancia. Ojalá que ninguno de ellos malgaste en vicios el poco dinero que es fruto de su trabajo, y que su familia tanto necesita. Esperemos que nuestras autoridades sepan proteger los intereses de nuestros pescadores.
Así, la primera lectura y el salmo nos disponen para el santo evangelio de hoy en el que Jesús demuestra su poder divino al ordenar al mar que se calme, y éste le obedece. Mientras los discípulos, de los cuales algunos eran diestros pescadores, luchaban por mantener la barca a flote ante la tempestad, Jesús dormía en la popa. Seguramente las jornadas para él eran extenuantes y por eso no lo despertaba el zarandeo del mar, hasta que sus discípulos lo levantaron y le preguntaron asombrados con un reclamo diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. Jesús se levantó e increpó al mar diciendo: “¡Cállate, enmudece!” (Mc 4, 38-39). Y de inmediato vino la calma.
Jesús regaña a sus discípulos por haber tenido tanto miedo y por su falta de fe, ya que ellos además de haberlo oído predicar, habían visto todos los milagros que obraba, por lo que debían tener confianza en él. Yo quisiera defender a sus discípulos, porque creo que sí tenían mucha fe, por eso habían dejado todo para seguir a Jesús; sí tenían mucha fe en él porque perseveraban en su seguimiento. Pero ni cómo justificarlos, porque en realidad no tenían una fe total ante el peligro de muerte y Jesús esperaba de ellos, como espera de nosotros, una fe total y absoluta. En eso tal vez nosotros también fallamos como los discípulos, mientras nuestra fe no sea en realidad total.
Los discípulos, asombrados, se preguntan: “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?” (Mc 4, 41). Aunque convivían con él día y noche, todavía no acababan de conocerlo. Un prodigio como ese seguramente los preparó para creer y aceptar la divinidad de Jesús. A todos nos puede pasar que nos veamos sorprendidos por el poder de Jesús, a menos que seamos personas periféricas a él y de las que nunca se le acercan para evitar comprometerse. Quien conviva de cerca con el Señor, siempre encontrará novedades en su persona, y vamos a necesitar de la eternidad para profundizar en entender quién es él.
También san Pablo, en la segunda lectura, tomada de la Segunda Carta a los Corintios, nos ayuda a entender lo imperfectos que somos aún. Lo que dice san Pablo de sí mismo, seguramente no lo podemos asumir como algo nuestro ya conseguido. Dice él: “Por eso nosotros ya no juzgamos a nadie con criterios humanos” (2 Cor 5, 16). ¿Quién de nosotros puede afirmar lo mismo de sí, que ya no juzga a nadie con criterios humanos? ¿Quién puede afirmar que es una creatura nueva en Cristo, sin que eso suene a vanagloria y lo sea? Pues dice san Pablo: “El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo” (2 Cor 5, 17).
Sigamos pues creciendo en espiritualidad, en una auténtica fe que nos haga llegar a la plenitud, a ser creaturas nuevas. Por lo pronto, es mucho lo que nos falta aún, como les faltaba a sus discípulos.
Seguramente están ya informados acerca de la elección de Mons. Luis Alfonso Tut Tun, como Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Antequera Oaxaca. Esta noticia fue difundida el pasado viernes 21 de junio. Para elegir a un obispo, que es un sucesor de los Apóstoles, es el Nuncio Apostólico, como representante del Papa Francisco en México, al enterarse de la necesidad de un obispo, conduce la investigación en total sigilo, para luego presentar al Santo Padre una terna de candidatos a ocupar ese cargo. Finalmente, es el Sucesor de Pedro, el que elige a alguno de los tres.
En la Arquidiócesis de Oaxaca hay diferentes pueblos originarios, que están situados a grandes distancias de la sede episcopal. Para llegar a algunas comunidades se tiene que recorrer caminos haciendo hasta más de ocho horas para llegar esos lugares. Roguemos por Mons. Luis Alfonso, para que tenga la fuerza, la salud, la sabiduría y, sobre todo, la santidad que se requiere para el ejercicio del ministerio episcopal.
Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
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