+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán
Muy queridos hermanos, al acercarse la hermosa fiesta de la Navidad, me dirijo a todos ustedes, especialmente a cada familia, porque la Navidad suele reunir a las familias para estar juntos en torno al pesebre. Los tiempos modernos provocan algunas lejanías de amigos y familiares que, por motivo de estudio o trabajo, tienen que vivir temporal o permanentemente en otras ciudades, en otras naciones; también, al casarse, muchas parejas ponen su residencia en otros lugares.
Reunirse con familiares y amigos es un gran motivo de alegría, pero no hay que olvidar a quien nos reúne, al Niño Jesús que nace de nuevo entre nosotros.
La Navidad se celebra con tradiciones propias de cada lugar, tradiciones que son muy hermosas: posadas, nacimiento, arbolito, adornos de fiesta, regalos. Por cierto, muchos arreglos y adornos de las casas y de las calles, parecen hablar de todo, menos del Niño que nace. El personaje central para muchos es Santa Claus, a quien consideran una figura legendaria; sin embargo, recordemos que ese hombre es histórico, ya que es el gran obispo San Nicolás de Bari, llamado en Europa Papá Noel, un hombre que hizo mucho bien a los pobres, pero que ante todo supo doblar la rodilla ante el Señor en el pesebre, en la cruz y en su resurrección.
Dios nuestro Padre nos dio el regalo más grande que puede habernos entregado: a su Hijo unigénito; ese regalo que vemos pequeño, frágil y humilde en el pesebre, es el motivo de esta celebración anual, la razón de que nos demos obsequios unos a otros, especialmente con detalles que hacen felices a los niños. Si queremos imitar el amor del Padre y el amor del Hijo, en el día a día tenemos que regalarnos a nosotros mismos, darnos al Señor y darnos a nuestro prójimo, ese es el verdadero amor. Cuando damos sin darnos, se trata de regalos huecos sin sentido humano ni cristiano.
El Niño Jesús fue perseguido por Herodes en su nacimiento. Hoy nuevos Herodes se levantan contra sus signos que son los nacimientos, pues quieren que desaparezcan de los lugares públicos. Permitir esto sería el inicio de una persecución contra nuestra fe, contra nuestras costumbres y contra nuestra cultura, pues los nacimientos son en verdad parte de nuestra cultura, y de la de muchos lugares en el mundo. No permitamos que se viole y quebrante nuestra libertad religiosa suprimiendo el derecho de manifestar nuestra fe de manera pública y privada. En años anteriores nacimientos mexicanos fueron colocados en la Plaza de San Pedro en el Vaticano.
Que no falte un nacimiento en cada hogar y, sobre todo, que no falte la oración de la familia en torno al pesebre; que quien se encuentre alejado de la vida sacramental se acerque, para que su corazón se convierta en el más hermoso de los pesebres. Enseñemos a los niños a contemplar el nacimiento en cada hogar, y cada uno, sin importar la edad, volvamos a ser como niños, imitando con sencillez la actitud de los grandes personajes en torno al pesebre: contemplemos al Niño imitando la mirada de María; la de José, tratando de penetrar en sus sentimientos y pensamientos en aquella noche; imitemos a los ángeles que entonaban himnos de gloria y alabanza al Señor; imitemos a los pastores, que alegres y presurosos corrían para encontrar al nacido Rey de los judíos.
¡Les deseo de corazón a todos una muy feliz Navidad!
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