Antes de la pandemia, representaban únicamente el 12% de la fuerza laboral global en la industria de la construcción.
“Construyendo”
Raúl Asís Monforte González
Muy lejanos han quedado ya aquellos días en la década de los ochentas del siglo pasado, cuando en el aula donde me formé profesionalmente como Ingeniero Civil, solamente contábamos con la compañía de una mujer. Hoy, por fortuna, en cualquier universidad que ofrezca esta carrera, es frecuente encontrar una gran cantidad de estudiantes del género femenino.
En la industria de la construcción, ha predominado tradicionalmente una cultura machista, tanto en los trabajos de campo, como los técnicos y administrativos. Los trabajos de campo, por la rudeza de las actividades, muchas de ellas a merced de las inclemencias del tiempo, la poca flexibilidad de horarios, y muchos otros factores, ha resultado poco atractiva para las mujeres, de modo que quizás no se trate tanto de un asunto de discriminación por género, sino de interés y conveniencia. En las oficinas de las constructoras o los puestos de supervisión, podría haber un entorno más propicio para la participación femenina, pero con dolorosa claridad hay que reconocer que la subrepresentación del género tiene aún una muy grande brecha por cerrar.
Antes de la pandemia, las mujeres representaban únicamente el 12% de la fuerza laboral global en la industria de la construcción. Por países o regiones, la participación era de un 8% en la Unión Europea, 10% en Estados Unidos, 1% en el Reino Unido, 12% en Australia, y 13% en Canadá. Aún Suecia, un país que se ufana de tener uno de los primeros gobiernos feministas del mundo, las mujeres en la industria de la construcción apenas alcanzan el 10.2%.
Si únicamente consideráramos las tareas de campo, la fracción es minúscula, menos de 2% en el Reino Unido, y poco menos de 4% en Estados Unidos. Aunque hay excepciones, por ejemplo en China, un 14% de los obreros de la construcción son mujeres, y en Nigeria llegan hasta el 16.3%
Pero esta tendencia podría estar cambiando favorablemente, y tenemos la esperanza de que permanezca en el largo plazo. Por un lado, la pandemia demostró en todos los sectores, que el presencialismo no es indispensable, y que es posible ser más flexible en las políticas de captación y retención de talento, lo cual ha despertado un mayor interés de las mujeres en ocupar puestos en la industria de la construcción y una mayor apertura por parte de los empleadores.
En USA, de febrero de 2020 a septiembre de 2021, se perdieron más de 3 millones de puestos de trabajo ocupados por mujeres en todos los sectores, sin embargo, el sector de la construcción fue uno de los muy pocos en los que los empleos ocupados por mujeres de hecho aumentaron, y lo hicieron en 300,000 puestos.
El auge post pandémico que se espera para esta industria, en paralelo con una escasez crónica de obreros competentes, podría convertirse en el catalizador que tanto hace falta para hacer más diverso este sector, y que ya no se siga privando del enorme talento, capacidades y otros valores que las mujeres pueden aportar al mundo de la construcción.
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